Perdido el paraíso
Cees Nooteboom
Siruela, Madrid, 2006
172 pp.

—¿Y qué hacemos con Sickness?
—Ya estoy curada.
Perdido el paraíso, p. 74

A primera vista, el título de la novela más reciente del escritor neerlandés (La Haya, 1933) alude, con no poca razón, al célebre poema épico de Milton, aquella historia que el “ángel” Alma describe en la novela como el duelo entre Dios y Satán a través de los primeros hombres, Adán y Eva. Pero los ángeles desterrados por Dios y convertidos en hombres no son esos seres neumáticos, inmortales, sin esqueleto, que en palabras de Rilke «no saben […] si andan entre los vivos o los muertos». Son ángeles kitsch que mezclan el silencio y la solemnidad con el espectáculo, el whisky, lo experimental y el mundo como una comunión de opuestos, donde un “lamento de nibelungos” como la obra de la cantante islandesa Björk suena en medio del verano paulista.

Alma, primer personaje femenino que protagoniza una novela en la obra nooteboomiana, recorre São Paulo (otra urbe caótica como Tokyo, Amsterdam, Berlín o Bangkok, escenarios de otras
novelas del autor) y, tras ser violada por un pandillero en una favela, viaja a la tierra de sus fantasías, Australia, acompañada por su mejor amiga, Almut. Alma y Almut, complemento entre la pasión y la sensatez (o entre la fragilidad y el coraje –mut en alemán–), disímil pareja de viajeras en el escritorio y en el mapa, brasileñas descendientes de alemanes, son hijas del flujo de viajeros heterogéneos que, desde la chica franco-laosiana “con cara china” perseguida por un joven viajero en la temprana Philip y los otros (1954), adornan las novelas del incansable viajero que es Cees Nooteboom. Desconocido en nuestro contexto pero tan cercano a nosotros, Nooteboom en esta novela prodiga su segundo homenaje al mundo portugués (La historia siguiente está escenificada entre Lisboa y el Amazonas brasileño) y una de las tantas alusiones a ese mundo fragmentado y seductor que es Hispanoamérica, desde Berceo y el Cid Campeador hasta un poema llamado “Bogotá”.

La cultura “nacional” en Nooteboom, como sus personajes, es heterogénea, mestiza, una combinación de fragmentos universalizados, una cultura de límite que, sin llegar a los extremos
lingüísticos de expresiones literarias recientes (la literatura chicana, por ejemplo), prescinde de un Yo unitario y lo convierte en un Yo múltiple, vástago de la alteridad, la diferencia y la condición postmoderna, pero erigiéndose como un ser único cuya identidad, siguiendo a Manuel Talens en su crítica a la Odisea caribeña del poeta Derek Walcott, «es sí mismo y lo que recorre»
[1].

Esa identidad, homogénea dentro de su heterogeneidad (planteada desde disciplinas distintas por Hans Magnus Enzensberger y Rem Koolhaas), es la característica más notoria cuando se lee a Cees Nooteboom. La imagen del artista y/o letrado (personaje imprescindible en sus novelas) es la imagen de aquel ser que observa lo extranjero no con la mirada del turista, “domesticada, prejuiciosa” si seguimos al español Isaac Rosa[2], sino con los ojos del “quietista”, del místico, de aquel que, como Alma, convirtió al mundo en su desierto o, como Nooteboom y Harry Mulisch (el otro gran escritor holandés contemporáneo, también autor de una novela sobre ángeles,
El descubrimiento del cielo), en “su monasterio”.

Ese desierto llamado mundo, como lo sabe Nooteboom, puede estar en medio de un festival literario en la alejada Perth o en un sanatorio austriaco (cercano en su descripción física más no en su disciplina monacal al Berghof protagonista de La montaña mágica) donde el letrado de turno, Eric Zondag, vuelve a ver a Alma, masajista en el sanatorio donde, antes de Zondag, estuvo Arnold Pessers, víctima del Japón “real” y de un amor demasiado romántico en la novela ¡Mokusei! (1982). El paso del caos al “quietismo” para Nooteboom no está representado, como podría sugerir una lectura de Perdido el paraíso, por la huida de la ciudad en busca del desierto-mundo. Esa misma evolución existe dentro de la ciudad, así lo percibe Pessers en su enésimo recorrido por Tokyo[3], así lo viven los actores que ejercen de ángeles en el festival literario de Perth (el llamado Proyecto Ángel que tuvo lugar en el año 2000, como señala el mismo Nooteboom al principio de la novela), actores que son buscados por los invitados (escritores y críticos, poetas y traductores) y, en silencio, escuchan y ven el mundo que les es permitido percibir.

Una narración corta de Nooteboom, El buda tras la empalizada (1986), reitera una y otra vez que reconciliemos las imágenes que se aglutinan en una ciudad luminosa, postmoderna y sin embargo laberíntica como Bangkok, Ciudad de los Ángeles (Krung Thep). Esa reconciliación se presenta en el camino, en medio de los fragmentos, es una frontera entre el cuerpo sublime e inmortal de “Botticelli, Cranach, van Eyck, Mantegna” y el cuerpo “libertino” de las legiones de prostitutas que trabajan en la capital tailandesa. Alma, intermedio entre esas dos visiones del cuerpo (insinuadas por Roland Barthes en Sade, Loyola, Fourier), canibaliza los dos extremos de los cuerpos humanizando lo neumático, lo aéreo, ese fantasma que no puede ser descrito en un signo real sino en fantasías de artistas. En cierta forma, Cees Nooteboom se aleja de sus preocupaciones habituales (la muerte, Europa) para dar al mundo un origen, un punto cero mestizo, con errores, tan desencantado como el héroe realista pero transnacional como el hombre contemporáneo, que crea su Nada (desierto, monasterio, silencio) y la convierte en la posibilidad de Ser Humano. En la primera palabra de un nuevo hombre en un mundo donde “todo es extranjero” (Brodsky), donde el poeta debe “inventar la realidad” (J.G. Ballard), un mundo donde el ser humano es el producto de la unión entre contextos, donde “cada otro es totalmente otro” (Derrida) y ese otro juega a redimirse a través de una negación de sí mismo como ser, una redención como un nuevo hombre que se piensa en tanto es muchos.


[1] Talens, Manuel. “Nomadismo, mestizaje y globalización: una traducción al castellano de La Odisea de Derek Walcott”. Rebelión, visto el 13 de marzo de 2006.
[2]
Rosa, Isaac. “Escribir es tomar partido, es participar, es intervenir”. Rebelión, visto el 13 de marzo de 2006.
[3] Nooteboom, Cees. ¡Mokusei! y El buda tras la empalizada. Madrid: Siruela, 1994.